A principios de siglo, la BBC publicó una lista con los 10 mejores futbolistas de la historia. Allí, junto a los nombres de George Best, Pele, Beckenbauer, Cruyff o Maradona, sorprendía uno que casi nadie conocía: Robin Friday. El mejor futbolista que nunca pudimos ver. Conocido en muchas ocasiones como ‘El otro George Best‘ tanto por estilo de juego dentro del campo como fuera, Robin Friday nunca jugó un partido en Primera División. Su carrera se redujo a seis años jugando en equipos profesionales y murió a los 38 por una sobredosis.

Robin Friday, el futbolista al que todo le importaba un carajo

Robin Friday era un Hippie sobre el césped, pero también un pequeño delincuente. Provocaba, pegaba y agredía. Celebraba sus goles pegando besos a quien se encontrara por el camino y le encantaba enfrentarse al público y hacerle enfadar tanto con sus regates y goles como con sus gestos. Su último partido resume su carrera. Tras irse antes de tiempo al ser expulsado por una agresión al defensa Mark Lawrenson, entró al vestuario rival, buscó la bolsa de Lawrenson (con quien se las había tenido todo el partido) y terminó defecanso en ella. Pero hay mucho más.

Robin y Tony Friday son hermanos gemelos. Nacieron en 1952 y pronto comenzaron a jugar al fútbol en el patio de casa y en la calle. Eran seguidores del Brentford. Entre los 12 y los 14 años, Robin jugó para el Chelsea, Crystal Palace y QPR, pero a él no le gustaba eso de entrenar.

Con 14 años comenzó a jugar en la Liga de Adultos del barrio, con jugadores que le doblaban en edad. También hizo sus primeros coqueteos con las drogas (crack y speed). Con 15 dejó el instituto y, tras un robo en una tienda, pasó año y medio en un reformatorio. Allí se hizo el rey del patio. Era el más popular por el simple hecho de llevar a su equipo a ganar el campeonato de los internos. A la salida de la prisión juvenil, con 17 años, se casó y a los 18 empezó a jugar con el Hayes, un equipo semiprofesional cercano a su casa. Robin firmó por ellos porque junto al estadio había un bar que ponía las cervezas muy baratas y, sobre todo, porque era uno de los pocos que no le tenían la entrada prohibida. «Ir con él a echar un trago era una aventura. No le dejaban entrar en ningún sitio», decía Rod Lewington.
De manera paralela, trabajaba como operario reparador de tejados. Un día, a los 21 años, el arnés se soltó, se cayó y se quedó clavado en una reja, que le perforó el estómago y le afectó al pulmón. Casi le cuesta la vida. Estuvo meses sin poder jugar. Pero volvió. Poco después, un partido de FA Cup ante el Reading le cambió la vida. Charlie Hurley, el técnico rival, se quedó loco con la actuación de Friday y ordenó inmediatamente su fichaje. Hoy Robin Friday  es considerado de manera oficial como el mejor jugador de la historia del Reading.
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«Era muy técnico. Tenía ojos en la espalda. Imposible quitarle el balón«, decía Hurley. Y era un tío duro. «En el primer entrenamiento, estaban jugando un partido 6 para 6 y mandó a 3 tíos a la enfermería. Le tuvieron que sentar», relata David Downs, historiador de fútbol inglés. Robin Friday era un tipo de aspecto peculiar. Pelo largo, patillas hasta la barbilla y amante de los pantalones de campana y las botas de cocodrilo. Su imagen no se negociaba. Tanto, que el fichaje casi no se da porque se negaba a ponerse el traje para la firma y la foto oficial.
Friday era un tipo duro. Jugaba sin espinilleras y el Reading Post llegó a adjuntar una foto de una radiografía y un parte médico que aseguraba que Friday había jugado 4 partidos seguidos con una fractura de tobillo sin enterarse. Para él, el dolor era parte del juego. «Tras recibir una docena de faltas, Friday cogió el balón, regateó a un puñado de rivales y lanzó ajustado al palo para lograr un auténtico golazo«, rezaban las crónicas de los partidos del club en el periódico todas las semanas. Pocos detalles cambiaban. Tras su primer año, Friday pidió un permiso especial para quitarse unos tatuajes. Desapareció 3 meses y le encontraron viviendo en una comuna hippie. «No me quería ni imaginar lo que pasaría después de 3 meses así… Pero fue el mejor en su primer partido. Era algo increíble».
Al poco de empezar su segundo curso, a Robin Friday le quiso fichar el Sheffield United. De 1ª División. El Reading jugaba en 4ª, pero no aceptó transferirle. Robin Friday fue un año el Pichichi y dos años el Mejor Jugador. Pero tuvo muchos problemas en el club y en la Liga. Su vocabulario le suponía largas sanciones. Y su trato de favor, los celos de los compañeros. «Robin, mira cómo eres de bueno siendo un gamberro que no entrena. Si pusieras todo el empeño serías más imparable aún”, le decía Hurley. “Pero si hiciera eso, no sería yo”, contestaba
Un día, le vio jugar Terry Venables. «¿Quién es ese prasangre?», soltó. El entonces técnico del Crystal Palace hizo malabares para llevarle a su equipo, pero el Palace no tenía el dinero suficiente para firmar a esa gran estrella que jugaba en fútbol casi semiprofesional. Uno de sus episodios más famosos se dio en un partido contra el Tranmere Rovers. El árbitro era Clive Thomas, un colegiado experimentado que venía de arbitrar en Copa de Europa y Mundiales y había visto jugar de cerca a Pelé, Cruyff y Beckenbauer. No se imaginaba lo que iba a ver.
“No podía creer que no jugara en Primera. Nunca olvidaré su gol. El silbato se me cayó de la boca y me puse a aplaudir. Le dije que había sido el mejor gol que había visto en mi vida. Él me contestó: ‘¿En serio?, deberías venir más a menudo por aquí, lo hago todas las semanas»
Pero su vida estaba desmoronada. «Charlie, tengo muchos problemas», le dijo al técnico. Firmó por el Cardiff. «No podía creer que hubiéramos firmado a Robin tan barato. Fue un robo», señala Jimmy Andrews, su nuevo entrenador. «Sabíamos que algo pasaba, pero había que arriesgarse». «Recibimos una llamda de comisaría. Decían que había un chico llamado Robin que era la estrella del Cardiff y que estaba allí detenido. Había viajado en tren sin billete y cuando el operario se lo había pedido le había plantado un beso en los morros», dice el presidente del club. «Cuando le vimos llegar, tenía aspecto de ser peligroso. Llevaba botas de cocodrilo altas. No parecía que fuera jugador. Pero una vez cogió el balón… Era como George Best», dice Phil Dwyer, capitán de aquel Cardiff y jugador con más partidos en la historia del club.
Su debut fue ante el Fulham de George Best y Bobby Moore. Ganó el equipo galés con un doblete de Friday. «Le tocó mucho las pelotas aquel día a Moore. Incluso de manera literal. Moore entró en ira y le estuvo persiguiendo por todo el césped”, recuerda su compañero Paul Went. «No sé cómo pudo jugar así. La noche antes estábamos tomando muchas cervezas. El dueño del bar le dijo que se tomara la última y se marchara a casa. Robin contestó: ‘Tienes razón, cóbrame esta última y ponme una docena para llevar’, y se las bebió todas”, narra Rod Lewington. «Si alguien le hubiera cogido con 16 años y le hubiera llevado por el buen camino… Pero yo no creo que quisiera jugar en el Manchester, en el Arsenal o en la Champions, porque lo habría hecho. Lo único que quería era divertirse”. sigue Went.
Robin Friday estaba perdido. Tenía solo 26 años. Había llamado a Hurley rogando volver al Reading. No quería estar en Cardiff y lo supo desde que llegó. Su vida era un cúmulo de problemas, aunque su estilo de vida fuera pasar de ellos. En su 2º año en el Cardiff desapareció. Perdió 15 kilos en apenas unos días. Se le diagnosticó un extraño virus que él dijo que era hepatitis, aunque las pruebas no arrojaron rastro de ello. Y entonces llegó aquel episodio final. Su último partido. Meses después de haberle partido la nariz a Moore con un codazo. Mark Lawrenson y él se habían dado de lo lindo. En una jugada, Lawrenson entró duro, Friday le regateó y, cuando estaba a merced en el suelo, le pateó la cabeza con todas sus fuerzas. El árbitro le expulsó y llegó el lance del vestuario y el ‘regalo’ en su bolsa. No obstante, y aunque así se relata en la biografía de Friday, Lawrenson confesó el año pasado que nunca defecó en sus pertenencias. «Le expulsaron y no volvió a jugar. No recuerdo si me pegó una patada en la cara, pero no defecó en mi bolsa porque no podía saber cuál era». El técnico del Cardiff estaba tan enfadado con él, que le apartó del equipo. Un mes y medio después, Friday anunció su retirada del fútbol. Tenía 26 años. Volvió a su antiguo trabajo y comenzó a entrenar con el Brentford, solo para estar en forma. Y claro, llegaron ‘los curiosos’
Maurice Evans, en 1977, fue ascendido como primer técnico del Reading. En su primer día de trabajo, le llamó el presidente. Tenía una lista con 3.000 firmas que pedían al nuevo manager la firma de Robin Friday para que volviera al club. “Hoy la gente habla de Alan Shearer, el máximo goleador de la historia de la Premier. Pero es que Friday era el doble de bueno”, dice su ex compañero Lewington. Otra gran anécdota la cuenta el árbitro que le dirigió en uno de sus partidos con el Hayes. «El partido había empezado y el Hayes tenía solo 10 jugadores…pero había chicos en el banquillo. No entendíamos nada ¿Por qué no sacaban a otro?. A los 15 minutos apareció Robin Friday. Venía borracho, directamente del bar. Pero hizo el único gol del partido y fue maravilloso».
Robin Friday murió el 22 de diciembre de 1990, a la edad de 38 años, debido a un ataque al corazón producido por una sobredosis de heroína. «Era uno de esos personajes especiales que aparecen solo una vez en la vida”, sentencia un historiador del Cardiff City. «Una vez, un rival iba corriendo enfurecido a entrar de manera agresiva a Robin. Él le regateó y cuando el defensa estaba en el suelo, Robin le agarró fuerte de sus huevos. El árbitro no sabía qué hacer. Así era Robin Friday”, habla Charlie Hurley. Paul McGuisan, el bajista y fundador de Oasis, y el escritor Paolo Hewitt impregnaron su historia en papel, con un libro titulado ‘The greatest footballer you never saw’ (El mejor futbolista que nunca viste) en 1997. Desde 2012, está aprobado que su historia llegue a la gran pantalla con el nombre ‘Friday’, aunque el proyecto lleva años parado.
Su gesto más característico, la V (en este caso que le hizo a los aficionados del Luton, un gesto que se considera un insulto para la cultura británica) fue utilizado por la banda galesa Super Furry Animals como portada de su disco.