La grada de Cornellá (Foto: Marca)

Para algunos el fútbol es un juego, pero para muchos otros es una forma de vida. Estos últimos lo conciben entre una pasión y una religión. Los aficionados, en definitiva, somos meros testigos de esta función, aunque deberíamos observar cuáles son los intereses ocultos que se encuentran tras este espectáculo.

 

El fútbol se ha convertido en algo más que un deporte. Un aficionado emplea su tiempo de descanso u ocio en el consumo de este, se hace adepto de un equipo y muere por esos colores, a la vez que se deja la voz por este. Pero nuestra sociedad de masas convirtió este deporte en un verdadero negocio.

 

Cuando los resultados del equipo son favorables, los aficionados celebran la victoria con un estallido de júbilo. A su vez, los dirigentes también aplauden, pues sus beneficios económicos se verán multiplicados. La gente necesita creer en algo y el fútbol les proporciona esta creencia. Sueñan con el honor y ven a sus jugadores como héroes. Todo esto es una especie de veneración religiosa. Lo malo no es alegrar a la gente, lo realmente grave es manipularla y jugar con sus sentimientos.

 

Un ejemplo claro son los Mundiales, presentados como algo colosal, unión igualitaria y armonía entre países enfrentados. Pero realmente, detrás de ello se esconden los intereses de empresas monopolizadoras, es una industria dirigida por empresarios que buscan los beneficios económicos pertinentes. Los sentimientos y la filosofía del deporte son sustituidos por merchandaising. El interés económico prima sobre los, tan admirados, valores deportivos y los equipos se convierten en empresas.

 

Los futbolistas empiezan a ser considerados mercancías. Su imagen es explotada hasta que dejan de ser rentables. Son tratados como iconos o leyendas de moda. Muchos de los patrocinadores se publicitan gracias a estos profesionales. Además el fútbol también es utilizado en política. Un claro ejemplo es el de Silvio Berlusconi que pasó de ser presidente del AC Milan a Presidente del Gobierno de Italia. Otro de los grandes ejemplos son los grupos radicales que podemos encontrar tanto en nuestro país como fuera. Además nuestro deporte se presenta como la unión que tiene el pueblo, es decir la idea equipo-nación.

Pancarta madridista en el derbi (Foto: Marca)

Con esto no quiero invitar al pesimismo, sino mostrar las distintas caras que posee el fútbol. Realmente somos meros espectadores sin capacidad de responder. Mientras que se presenta como un deporte integrador, detrás hay unos señores que se están nutriendo de nosotros. El verdadero aficionado es aquel que sufre cada sábado y cada domingo con su equipo, aquel que se duele por el descenso de su equipo. Si realmente os sentís aficionados os invito a reflexionar sobre todo lo expuesto. Si todos los elementos que constituyen el fútbol colaboraran por el bien de la colectividad, el mundo sería mejor.