El caso de Diego Ribera guarda grandes similitudes con el de Parri. Debutó, de la mano de Héctor Núñez, con poco más de 16 años arrebatándole el honorífico título de debutante más joven a Pasieguito y a Tendillo, dos históricos valencianistas. Del mismo pueblo, Ribarroja del Túria, que el secretario técnico de la época, Roberto Gil, despuntó a base de goles en todas las categorías por las que pasó, tanto a nivel del Valencia CF como con la selección con la que se proclamó varias veces campeón de Europa. Juega su primer partido con el equipo che en febrero de 1994 pero no se consolida en el primer equipo y sale cedido al Hércules en la siguiente temporada. Diego Ribera es un caso con muchas similitudes aunque también con algunas diferencias. Precocidad, potencial, canterano y valenciano son esas similitudes de las que hablábamos. Las diferencias son el momento histórico de la entidad y el final de sus carreras. Mientras que Parri coincidió con el último lustro de gloria, Diego Ribera no conoció esas mieles. Mientras que el de Burjassot se retiró joven, el de Riba-Roja alargó su carrera más allá de los 30 años y hoy en día forma parte del staff técnico del Espanyol. Ambos se mantienen unidos al mundo que tanto les dio y al que no le pudieron devolver todo lo que llevaban dentro. No es la misma relación con el fútbol pero es la misma intención de no desligarse de un ambiente que les resulta adictivo y sin el que su existencia, su vida no sería la misma.
Es la cruda realidad del fútbol actual. Muchos jugadores muestran unas condiciones más que envidiables para su práctica pero no consiguen dar todo lo que se espera de ellos. En el Valencia tenemos varios ejemplos de ello. Jóvenes deportistas que despuntan a una edad temprana, que deslumbran por sus cualidades pero cuya luz se apaga lentamente hasta desaparecer.
Dos casos de la historia reciente son los de Líbero Parri y Diego Ribera, frutos ambos de la factoria de Paterna, con un esperanzador y brillante futuro en sus inicios y con una evolución muy distante de ello en sus finales. Ambos casos tienen cosas en común.
Veamos primero el de Líbero Parri, el menor de una saga de futbolistas con un hermano que llegó a ser profesional y debutar también en el Valencia CF. Centrocampista fino, de corte ofensivo y con una calidad técnica fuera de toda duda. Debutó en el Valencia después de haber firmado su primer contrato profesional muy joven. La amenaza del Arsenal provocó dicho jugoso contrato. Eran años de títulos para el equipo che y la exigencia era máxima. Los dirigentes valencianistas vieron en él muchas posibilidades y apostaron por él pero los técnicos no pensaron lo mismo y ninguno confió en él. Debutó de manera oficial en el conjunto de la capital del Turia contra el Olympiakos un 25-10-2000 pero su fulgor se fue apagando hasta aceptar una cesión al Elche en enero de 2001 donde tampoco destacó en ese segundo tramo de temporada. Vuelta a empezar en su equipo y vuelta a salir como cedido en la campaña 2001-02 y sucesivas hasta desvincularse de los blanquinegros para irse a jugar al queso mecánico. En el Albacete jugaría sus mejores años y es allí donde con más cariño se le recuerda. Pasó posteriormente por Cádiz, Levante y otros equipos de diferentes categorías para acabar retirándose a una temprana edad por problemas de pubalgia. Siguiendo el ejemplo familiar, se vinculó a una empresa de representación de jugadores y hoy en día sigue formando parte de la misma. Un caso como el de Parri es paradigmático para definir a futuras estrellas que dejan de brillar sin haber alcanzado su máximo esplendor. Internacional hasta los 18, retirado a los 28.