Y tuvo que pasar. La muerte de un ultra perteneciente a Riazor Blues ha propiciado que por fin todos despierten, simulando sorpresa por esta brutalidad como si no supiéramos que son los ultras o cual es su principal objetivo alejado precisamente de animar a su equipo.
El cáncer del fútbol actual de nuevo con consecuencias irreparables. Una batalla campal entre dos grupos ultras (Frente Atlético y Riazor Blues) que acaba en tragedia. Una batalla que seguramente no tiene nada que ver con el fútbol sino con la gamberrada, el salvajismo y la tiranía. Esas prácticas que ensucian el deporte madre en este país y que nos hace sentirnos avergonzados a todos los aficionados que lo amamos y respetamos por encima de todo. Esos a los que aficionados a otros deportes nos reprochan que el fútbol
es para borregos y para violentos y nosotros estamos tan manchados por culpa de estos sectores que no tenemos más que agachar la cabeza e intentar no defender lo indefendible. Un deporte cargado de radicalismo donde da la impresión que se fomenta más el odio más que la unión.
Es fácil buscar culpables en momentos como estos, pero también es necesario y los principales culpables de que los grupos ultras se hayan sentido amos y señores de un club y con supremacía para ir contra toda ley son los propios clubes. Los clubes que le dan un trato de favor con tal de que animen al graderío, con tal de que hagan vibrar el campo, con tal de escuchar voces que alienten al equipo y que calienten a un estadio que se temía que sin ellos estaría helado. Pero ¿A qué precio? Si este es el precio, es muy alto, demasiado alto es impagable. Presidentes que tienen contactos con los cabecillas de estos grupos, jugadores que celebran con ellos títulos, que posan con sus banderas, periodistas que los alientan a seguir vivos todos ellos crean un halo de normalidad e incluso de necesidad frente a estos grupos que nos hace vernos donde hoy nos vemos.
No vamos a hablar de ejemplo pero si de sentido común cuando nos referimos a Joan Laporta, Florentino Pérez y a su decisión de erradicar a los Boixos Nois y Ultra Surrespectivamente. No por presión social, ni precedidos por un acto tan deleznable como el del pasado domingo sino por compromiso con la afición real de sus clubes. Ambos libraron una batalla desgarradora en la que vivieron el miedo y el acoso en primera persona. Una batalla difícil que le ha supuesto más de un susto pero que también le supone la satisfacción de expulsar de su fútbol a un grupo radical y violento que mancha el escudo y el deporte.
Esta lucha por un fútbolsin violencia tiene que acabar, se tiene que ganar. Desde el domingo, demasiado tarde, no se puede volver a consentir que se normalice a estos grupos, que nos hagan pensar que sin ultras no hay animación, que sigan plagando de miedo y de sangre los estadios de España. Esta lucha la tenemos que ganar todos. Por un fútbol sin violencia, por un fútbol sin ultras.
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