Más allá del día de de la competición y de latiranía de los resultados, en este 2014 que se nos escapa entre los dedos, me pide que el administrador de esta web que reflexione hoy sobre lo que significa para mí el fútbol. Parecerá una frase hecha pero, para mí, el fútbol es la vida.
Y es la vida en un doble sentido. Por una parte, porque no concibo un mundo sin FÚTBOL. Y pongo fútbol con mayúsculas porque, más allá de mi afición casi enfermiza por el Atlético de Madrid, no soy capaz de estar largos períodos de tiempo sin ver fútbol, sea del país, equipo o división que sea. Los períodos, cierto es que breves, sin competiciones de fútbol (especialmente cuando no hay torneos entre naciones en verano) son para mí una especie de suplicio o purgatorio difícil de manejar. Y el hecho de que mis obligaciones profesionales o familiares me permitan ver bastante menos fútbol del que quisiera resulta un reto constante para tratar de arañar, aquí o allá, un ratito frente a la tele o el iPad.
Para uno, el fútbol no es, simplemente, no perderte, por nada del mundo, ni uno sólo de los partidos de tu equipo. Uno, yendo mucho más allá de su forofismo atlético, se acerca al fútbol con una curiosidad que casi podíamos llamar científica, con el deseo y la intención de conocer cuántos equipos, esquemas y jugadores le sea posible. Un deseo y una intención que llevarían, caso de llevarlos a la práctica, una ingente cantidad de tiempo y que chocan o chocarían frontalmente con las obligaciones de uno.
Por otro parte, una parte mucho menos amable o motivadora, digo que el fútbol es la vida porque representa, en muchos casos, un reflejo perfecto de nuestra sociedad, incluso magnificando o amplificando sus ya de por sí radicales conductas. Todos somos conscientes del dramático hecho acontecido hace pocas semanas en los alrededores del Vicente Calderón. Pero no creo que hayamos de ser tan cándidos de pensar que ese hecho (y otros similares, por fortuna, sin consecuencias tan extremas) es el resultado de cuatro tarados que van al fútbol.
Desgraciadamente, es mucho más que eso: es el reflejo de una sociedad y de unos comportamientos absolutamente radicales. Sea en el fútbol, la política, la economía o cualquier disciplina que nos venga a la mente, el objetivo no suele ser el bien común sino el defender mi postura por encima, incluso, del bien mayoritario.
Ciñéndonos al fútbol, cuán bonito sería que un aficionado de CUALQUIER equipo pudiera ir a CUALQUIER estadio de España y disfrutar de lo que debería ser un partido de fútbol y compartir asiento y grada con aficionados del equipo contrario y constatar y disfrutar de las tradiciones futbolísticas de otros rincones de nuestra geografía. O poder llevar a niño de tres años (como es mi caso) al fútbol sin tener que estar continuamente pendiente de dónde puede montarse una gresca o cuándo vas a tener que salir corriendo con el niño a cuestas.
Esperemos que, quien tiene poder y autoridad para ello, tome de una vez por todas medidas para que el fútbol vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: con sus (sanas) rivalidades y sus mofas y cachondeos entre aficiones, LA VIDA.
No hay frase más cierta, hablando del fútbol y la vida que aquel alegato que dice algo así como: “Cómo, hijo mío, vas a saber tu lo que es la vida si nunca perdiste una final en el último minuto”
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