Los nazaríes han realizado una etapa digamos irregular, floja, con momentos de relajación inadecuados (como en esta última recta final de liga) que están provocando problemas muy serios y graves a la infraestructura del club y al seno de la afición. Porque nuestro Granada C.F. ahora mismo se siente un Náufrago a la deriva, un personajillo dejado de la mano de dios en una isla remota de la Liga BBVA, que intenta sobrevivir como puede en ella antes de ser engullido por depredadores nativos o simplemente por su vano intento de escapar de la isla a través de aguas revueltas. Y cómo están de revueltas esas aguas…
Antes de comenzar la temporada todo era vino y rosas en la Alhambra, los fichajes ilusionaban, los aficionados estaban confiados en tener una temporada tranquila y todo era unión. Pero como si el destino fuera caprichoso con nuestro club, la temporada avanzaba y el Granada de Lucas alternaba grandes actuaciones con lamentables espectáculos. Y el rún-rún de la grada cada vez iba cogiendo más fuerza. El viajero confiado del vuelo Granada-Salvación empezaba a tener problemas y su aeroplano sufrió definitivamente averías (véase derrotas sonrojantes como frente a Almería primera vuelta). Aterrizaje forzoso al poco de empezar la segunda vuelta en una isla de soledad, una isla psicológica para entrenador y jugadores y donde la afición también tenía cabida porque el sentimiento era el mismo: impotencia. El náufrago nazarí empezó a tramar su salvación, su “vía de escape de la isla”. Por más que lo intentaba cada vez que parecía conseguir su objetivo, un imprevisto en forma de derrota dolorosa le hacía retroceder de nuevo hacia la fatídica isla. La molestia se empezó a tornar en apatía, la apatía en desesperación. Y qué mejor manera de intentar no perder la cabeza que recurrir al balón. Nuestro “Wilson” particular como en el famoso film de Tom Hanks.