La Champions siempre tuvo algo de mítico, un nosequé que le acerca en el concepto y en la idea, y sobre todo en la ejecución a la Semana Santa.
 
La Champions es la manifestación suprema de la fiesta que es el fútbol, los aficionados, igual que los nazarenos llevan en volandas al equipo como si fuera uno de esos pasos. Los aficionados -y los cofrades- se preparan durante todo el año para una semana, que normalmente suele ser en Abril, cuando los títulos se deciden, y que a veces; y si tu equipo gana puede llegar a ser una Semana Santa, plena de epifanía, felicidad y un éxtasis que ríete tú del de Santa Teresa de Jesús.
 
Las ciudades se engalanan para recibir la Semana Santa, algo similar ocurre cuando llega se juega una eliminatoria de Champions, se respira un clima de euforia en el ambiente. Los aficionados se dirigen en procesión al estadio, entonan himnos, a veces con un fervor casi religioso, y se encomiendan a su Dios, el que lo tenga, para que la suerte les sonría. Los menos confiados hacen promesas para que su equipo consiga la victoria, quizás alguno prometa ir en procesión el año siguiente.

        
La Semana Santa supone el éxtasis de la experiencia religiosa y de la fe, la Champions, y especialmente la final de la Shempions que diría Mourinho, es el culmen del fútbol, de todo y de todos los que le acompañan, es una experiencia casi religiosa.
 
Aunque algunos duden de la existencia de los milagros, hay gente que seguirá defendiendo su existencia, la mayoría de los aficionados a la religión futbolística que defienden que los milagros existen son del Chelsea.. Tras un mal comienzo de temporada, el Chelsea descendió a los infiernos, pero resucitó y acabó ganando un doblete, siendo liderados por un Drogba que, casualidad o no, tenía 33 años –La misma edad de Cristo cuando le crucificaron-. Si eso no es un milagro, que venga Dios y lo vea.