No sé por qué pero cuando enfocan al banquillo del Real Madrid, ver detrás de Ancelotti la figura de Zinedine Zidane ‘me pone’. Me pone por todo lo que significa para el madridismo y supongo que también para la plantilla. Me pone porque el francés es el último gran mito viviente del fútbol actual y para los madridistas, poco menos que un Dios. Qué diablos el Madrid vive en estado de felicidad así que en un ejercicio de entusiasmo aunque sea caer en la hipérbole los merengues podemos decir que ahora mismo los dioses están de nuestra parte.
A efectos deportivos que Zidane esté donde está me gusta por dos razones. Una, porque creo que es un buen asesor y un buen ayudante para Ancelotti y dos, porque está haciendo su particular máster de entrenador de primer nivel. Su inclusión en el staff técnico este verano fue una apuesta personal de Florentino Pérez. Era necesario un lavado de imagen después de la convulsa etapa de Mourinho. Además, el galo ya estuvo a las órdenes de Carletto durante su etapa en la Juventus por lo que la sintonía sería inmejorable.
Muchos se cuestionan la aportación real de Zidane en el devenir del equipo, en el estilo o en las alineaciones. Eso no lo sabemos. En cualquier caso influye en Ancelotti igual que Ancelotti influye en él, se retroalimentan. Más allá de eso, me parece que es una figura importantísima para los jugadores. Muchos le ven como un ídolo del que poder aprender un sinfín de cuestiones.
Por otro lado, Zidane impone muchísimo respeto y los jugadores del Madrid saben que Zizou está observando, eso es una motivación, ninguno quiere fallarle. En casos concretos como Benzemá o Varane –sus paisanos– también es un punto de apoyo y de confianza. Asimismo está arropando con cautela el crecimiento de Jesé. El caso es que sus tareas son muchas, variadas e invisibles pero suman. Con su experiencia Zidane está enseñando pero, ojo, también está aprendiendo una nueva tarea, la de entrenar. Y ténganlo claro, algún día Zidane será el primer entrenador del Real Madrid.