Cuando a Gabriel Hanot, por 1956 en edad de jubilarse o estar ya en su casa con nietos y similares le salió su vena inventora, poco le hacía presagiar que la literatura le podría haber traído una última edad de oro o quizás un disgusto en forma de litigio por plagio. Tan sólo 3 años antes de su nacimiento, Stevenson había publicado “El extraño caso del Doctor Jekill y Mr. Hyde”, novela exitosa donde las haya e inspiración fugaz de Hanot, capaz de crear la Copa Europea de Campeones y el Balón de Oro.
El némesis de lo puramente futbolístico fue en un principio el simple galardón de un diario francés, en coalición con sus compañeros de profesión, que agradecía al futbolista ser el preferido por mayoría en forma de balón dorado. Todo perfecto, la alegría del ganador en un fútbol no tan globalizado y la anécdota. Pero de Stanley Matthews a Leo Messi todo ha ido cambiando, hasta los pantalones cortos para salir al campo. No vivimos precisamente en el entorno de un deporte justo, sí suele ganar el que más merecimientos hace pero todo es distinto a través de las diferentes miradas, las de espectadores, árbitros que a veces se equivocan incluso en detalles que pueden llevar la más apretada liga regular a un bando o al otro, entrenadores y sus gustos y tácticas, los propios futbolistas y cómo no, la prensa.
Hoy gozamos de un fútbol de kilates, donde ninguna figura por pequeño que sea el país se escapa de las miradas de un ojeador que lo lleva a la élite, con portentos físicos, habilidosos, reyes de la técnica del balón, los porteros mejor dotados y técnicos innovadores y ganadores junto a una masa económica desproporcionada a la que no se le escapa nada, y hasta un presidente “de todo esto” que se puede permitir delirar y hacer festivales del humor en sus ratos libres para promocionar a su favorito al trofeo rosa “¡Qué me dices!”. Al contrario que el Balón de Oro, la Bota es un galardón con bases, donde marcar en una liga vale más que en otras y si en la misma yo marco dos y tú uno, me debes aplaudir o irte enfadado. Pero en un fútbol donde el periodo de fichajes es Trending Topic por encima de una jornada liguera o donde los resúmenes no muestran los goles y sí los gestos de la estrella, para qué hacer un trofeo que mida goles, asistencias, campeonatos caseros, europeos o de selecciones ganados si podemos empezar un debate desde Julio. Aprovechar que ningún jugador es igual que otro en ningún aspecto y cada individuo va a verlo de forma diferente nunca fue tan rentable.
Alfredo Di Stéfano, único en esto, llorará ante el debate o quizás le causará alguna carcajada mientras acaricia el único SuperBalón de Oro existente, como en aquella cita cinematográfica llevada justamente a los altares, el que le dieron en 1989.
«¿A mí qué me importa que Messi tenga tres balones de Oro? Yo tengo dos, y uno es de 25 años. Es un mérito del conjunto de compañeros. Se da por ganar partidos, pero no pensemos que uno solo los gana» (2012).