¿Cómo no lo vi venir? Gerardo Martino yacía en el sofá de su guarida; el sofá de la pata coja y los almohadones desgastados. El tumulto recién acaecido en la Ciudad Condal bombardeaba la mente siempre brillante del Tata. El conglomerado de noticias y situaciones libraban una batalla con la voluntad del rosarino de magnitudes exponenciales. Martino se frotaba las sienes para calmar la tempestad, pero sus esfuerzos tuvieron el efecto contrario y el dolor se manifestaba imponente. ¿Cómo no lo vi venir? La pregunta aporreaba una y otra vez la subconsciencia de Gerardo.
Había percibido un atisbo de lo que se avecinaba en los últimos meses. Amsterdam le avisó de la borrasca aunque decidió hacer caso omiso. No quería soltar el velo que cubría una realidad tan fría como reconocible, y a pesar de todo inevitable. Martino se las prometía muy felices en Rosario cuando aceptó sin vacilar el puesto de director técnico del Barcelona. Su ilusión le jugó una mala pasada, le impidió reconocer el fenómeno «entorno» tan culé. Parecía improbable que a una mente tan sofisticada se le escapara algo tan visible.El entorno es algo que jamás se esfuma, siempre está ahí y es absolutamente infalible. Una de dos, o lo aceptas e intentas aislarlo o decides ignorarlo y es el entorno el que te aísla. El Tata aún está decidiendo qué camino escoger.
Lo cierto es que este ambiente autodestructivo que convive desde tiempos inmemoriales en Can Barça se come a los técnicos de la cresta a la cola y sin masticar. Hay que reconocerlo, pararlo, dirigirlo y expulsarlo, si no, el final se determina antes que el inicio. La autoexigibilidad dentro de la plantilla debe ser pan de cada día, pero más aún la confianza y la fe en el grupo.
A buen seguro que el Tata se está planteando su futuro en Barcelona, como apuntan desde Argentina, y es una fase absolutamente ordinaria en los técnicos primerizos. La silla del banquillo se ve desde fuera con una inocencia a veces exagerada, y cuando te sientas en ella y dejas crecer el «entorno» un par de meses, dan ganas de desistir. Veremos qué elige Martino: si tirar la toalla para bien de su salud o captar el «entorno» y empequeñecerlo hasta volverlo insignificante.